Quito la sábana, me levanto. Manchado se encuentra mi kimono blanco. Sangre seca rodea mi cuello, la palpo con mis dedos. Camino entre los muertos que me acompañan. La oscuridad no me deja ver pero sé que es mi aliada. Doy pasos torpes y tropiezo. Me levanto y reafirmo: respiro y vivo. Me levanto y sigo. Abro la puerta, veo a los guardias, hay asombro en sus miradas. Palidecen como la luna menguante. Los golpeo y robo una espada.
La sangre se esparce, el viento trae sabor amargo. Latidos del corazón punzando en cada fibra del cuerpo. La ira va subiendo, sube hasta nublar mi cerebro y quiero gritar… pero no debo. Debo ser el silencio. Debo colarme en tu habitación y encontrarte durmiendo, dejarte descansar y que mi rostro sea lo primero que veas por la mañana. No te acecharé en tus sueños, déjame matarte cuando llegue la madrugada, cuando el sol entre por tu ventana y sientas su calor, cuando tu esposa salga corriendo de tu habitación. Déjame retarte a un duelo, sé quién saldrá ganador.
Este deseo ferviente por ver cómo la piel se desgarra, se ha convertido en pulsión. Camino con pasos firmes. Con espada robada, asesino guardias; recupero mi katana. Pienso en ti, mi señor. No fuiste el primero, no serás el último. Este camino accidentado me ha corrompido, me he torcido.
¿Por qué ahora desprecio a quienes antes amaba? ¿Por qué deseo matar a quienes antes honraba? La lealtad me arrastró a esta encrucijada. DesearÃa permanecer en las palmas de la muerte, que acaricie con gentileza mi alma. DesearÃa que esto fuera mentira, desearÃa no haber despertado. Deseo calma… pero tomaré venganza. Seguà el bushido lÃnea por lÃnea, palabra por palabra. Asà es como agradecen la lealtad de mi espada. Esta noche de luna menguante, serán ellos quienes prueben el miedo. Serán ellos quienes sientan éxtasis durante el fallecimiento. Veré en a través de ojos cómo sus vidas se apagan.
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